El tiempo, ese espejismo que encanece
nuestras almas,
ha estado visitándome a escondidas,
mas ningún despertador me alertó de que
pasaban los días.
Desde dentro de mi piel nada parece haber
cambiado
hasta que consulto los espejos,
si miro hacia dentro parezco ser el mismo,
ese asombrado chaval,
asomado eternamente a las ventanas de sus
ojos,
acodado en el alféizar de la vida.
El tiempo parece correr solo en las
afueras de mi mente,
y aún me intuyo capaz de proezas juveniles,
hoy parece, como ayer, nunca y siempre.
Me calienta el sol todos los días,
y la nieve, tal como solía hacer, me
enfría.
Atesoro aquellos roces que me erizaron la
piel
y el amor intermitente que acompaña mis
sueños.
Sigo sintiendo tus besos,
el viento que empuja las alas de mi sombrero,
la cara del camarero, y el vino que estoy
bebiendo,
y sé que, más allá de los cristales, está
lloviendo.
Me caliento entre las brasas de recuerdos por
tener,
y me refresco en el rocío.
Y, por encima de todo, no he dejado de
correr,
corro, corro, y corro, cuesta arriba.
Recuerdo haber estado corriendo, siempre, detrás
de la vida.
Si no existiese el espejo el tiempo no
pasaría.
Ogando, marzo, 2014.
Sentimiento y verdad en tus palabras, como siempre. No te creas la mentira de azogue de los espejos, es más real el tiempo de dentro. Un beso sin tiempo de tu prima.
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