Cuando no sirven de nada
se mueren las palabras.
En las cuerdas vocales
aparecen ahorcadas.
Mas así, suicidadas,
forman un fantasmal río
que al no poderse expresar
se desborda, y arrasa.
¡Temed a esa riada!
A esa frustrada amalgama
de ira y de sentimientos,
espantoso río salvaje
que ya no teme a nada
y la piedad le es ajena,
solo la ira le acompaña
en la fantasmal crecida,
en la violenta venganza.
¡Temed a esa riada!
la violencia no conoce
amigos, ni enemigos
solo sabe de hambre,
y no se sacia.
No temáis a las palabras,
sino al silencio y la crecida,
temed a aquellos que callan,
y, calladamente, matan.
Mas no por miedo a ellos,
sino por temor a la riada.
Temed a la crecida,
a oídos que no escuchan,
y dejan morir las palabras,
pues serán los responsables
de toda la violencia desatada.
¡Temed a la riada!