La
Cuesta de San Vicente,
a
la par que mi autobús
de
madrugada, al relente,
la
suben diez indigentes.
Diez
pares de piernas: veinte.
Más,
matemático milagro,
cuento
treinta de repente.
¿Es
que ya no se contar,
o
que las piernas mienten?
Mientras
subo la pendiente
bien
apretados los dientes,
vuelvo
y vuelvo, a contar,
mucho
más atentamente
sus
centauricas siluetas.
¡Acabáramos!.
¡Resultan
ser diez muletas
las
que rompen la ecuación!
y
que usan, sin ton ni son,
para
engañar a la gente.
¡Si
les viera don Ramón!.
Valle
Inclán del alma mía
sálvanos
del esperpento.
Y
ayúdanos, San Vicente,
esto
ya no es lo que era.
Revélanos
la manera de
que,
para vivir, la gente
no
haya de fingir cojera.