En realidad doña Guadalupe no
lo sabe. No es que no sea consciente sino que no lo sabe, de verdad. Jamás ha
llegado a relacionar las muertes que se producen a su alrededor con el hecho de
que tengan algo que ver con su forma de ser.
Todos sabemos que los muertos
en México tienden a quedarse y acumularse en todas partes para luego reunirse y
celebrar a lo grande su día cuando toca. Pero la cuestión es que en el caso de
doña Guadalupe se quedan a vivir en su mansión, y no salen jamás, aumentando
esa atmósfera que es en realidad su cómplice en todos esos homicidios
involuntarios perpetrados.
Doña Guadalupe es una mujer
tremendamente bella, hermosa como una Madonna, y a su alrededor siempre hay
pululando vida. Podrá parecer mentira pero cuando esa vida se queda a vivir con
ella definitivamente descubre que tras esa espectacular fachada habitan la
tristeza y la amargura más profundas sin sentido, el vacío más vertiginoso de
objetivos y experiencias, y poco a poco la depresión que la rodea se transforma
en inquietud, en ansiedad, y en muerte por pura tristeza.
Multitud de pajarillos,
infinidad de plantas, y algunos maridos, han fenecido en esta casa a instancias
de esa atmósfera oscura que te va quitando la vida, que te va amargando hasta
tal punto que deseas desaparecer de allí, hasta que no deseas seguir viviendo y
prefieres morir.
En realidad, una vez muertos,
es cuando vuelven a ser felices todos juntos en la mansión y pueden celebrar en
ella su día con grandes alharacas. No obstante pensé que debía contarles la
historia a los federales pero no le han dado ninguna credibilidad. Al
contrario, me han amenazado con enviarme a mi a un loquero, así pues yo lo dejo
estar. Que la virgencita guarde a los próximos que se acerquen a doña Guadalupe.
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